En el año 1934, el compositor Carl Orff quedó fascinado por un libro presidido por una inmensa ilustración de la Rueda de la Fortuna en la portada que llevaba el título de Carmina Burana (Poemas [del monasterio] de Beuren). Lo encontró casi por casualidad en un catálogo de antigüedades y, según él mismo nos dice, comenzó a musicarlo de manera febril. Así es como una de las obras más populares del siglo XX nos retorna a la Edad Media: la desenfrenada y siempre lúcida poesía de los goliardos medievales es la encargada de cerrar este gran círculo histórico.
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