El hecho de ser el autor del grupo de cuatro obras más populares de todo el repertorio, hace que casi debamos hablar de dos Vivaldis: “el de Las cuatro estaciones” y el desconocido compositor de todo lo demás. En todo caso, indicaciones todavía hoy llenas de misterio como la de hacer tocar a los violines en “tromba marina“, o de contrastar como solistas a los primeros clarinetes de la historia junto a los mucho más ruidosos oboes, fagotes y trompas, nos muestran un Vivaldi original e imprevisible. Propios del vitalismo barroco más alocado, las diversas recopilaciones de lo que él llamaba Conciertos para muchos instrumentos (donde el término muchos, más que a la cantidad, hace referencia a la diversidad), siguen la misma tradición que inspira obras tan conocidas como los Conciertos de Brandeburgo de J. S. Bach.
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